La casa y el reino

                                             Debes buscar el tronco del árbol,
                                                            Él te será suficiente.
                                                            Poco importa que tenga ramas o no.
                                             Farid Ud Din Attar

1. Me acojo al rostro desfigurado de la casa en ruina, puedo adivinar que fue armándose de durezas y humedades de ojo de tigre: cautelosa, fabrica su propia noche y cruje y se transforma interpolando el peso del animal interminable que llega con sudores de otras eras.
Sopla la hechura de los días como mariposas. Soy el extranjero recibido como arlequín, no el viento del principio.

Denso y sumergido aparece el mesón de la cocina, quedaron olvidadas una vasija de corroído peso y la visión naciente de un fuego acrecido de hendiduras. En un rincón, dos reyes juegan la batalla detenida: si aquí se rizaron diálogos y baladas, no queda sino desarreglo y mordedura.
Huyendo del naufragio vuelco piedras, descubro las formas de una entrañable vigilia dejando leer intensamente el recuerdo, como una máscara frente a nacimientos tumultuosos. Por encima del peso vulnerable de la sombra creo reconocer un tono, algo de mi propia saliva, un tejido sin edad cercano a mi propio peso. La fractura comienza a la comprobación del misterio.

Busco inscripciones, algo que se deje leer sin impedimento no importa en qué lengua reducida o imaginaria. Una especie de lepra intenta falsificar los retratos y daguerrotipos, diluir lo que resta en fantasmadas espaciosas. Alguien va impulsando un río, sopla sobre el agua espesa, sin consejo.

2. En las barandas, musgos y flores acuáticas preludian lo inútil y lo salobre, la desaparición es pretexto para un festejo de colores, de somnolencias recostadas a los goznes y a las golondrinas. A cada insinuación dejada sobre los cristales respondo con una caricia por las grietas, donde las aguas dictan lunas que huyen la distancia y fiebres que desconozco.
Tropiezo con exclusiones abruptas y percibidas ausencias, nada asoma entre dos muros, ninguna descendencia...
Encantamientos sujetan la memoria al óxido de las aldabas, nada ha sido descifrado. Una sombra ahuecada corre desnuda en medio del frío, ninguna brusquedad enciende sus ojos ni provoca los sueños de los que escape una palabra a contracorriente.
En lugar de precisiones y cronologías no hallo sino visiones alteradas, como si yo hiriese algo y una rabia predispuesta se deshilara intentando desvanecer todo vestigio de realidad.

Quién engendró la suerte de estas paredes, de estos sustos ?

En la casa cada palabra es un cisma.

3. En el duermevela de las alcobas perduran sudores eruditos y gracias sexuales, el amor fue leve de ceremonias, los manjares breves...
Este es el lugar donde las hembras llenaron de corpulencia el hemisferio de lo posible : ellas, que se adornaron con espumas de sal envolviendo el tiempo como una ráfaga hechizada, trajeron de retorno pasos y gran contento.
Toda la experiencia no bastó par atajar sus claridades extendidas. La mujer, que atraviesa lo nuevo y lo secreto con preguntas desveladas, entrampó la muerte fijando lo indócil en la zona diáfana, en cualquiera de esas ventanas del tiempo donde discurre una lengua desconocida.
Allí jugaron voluptuosos los infantes, mientras descendía en ellos el secreto de los camaleones, la antiquísima ciencia del tigre enlunado.

4. En el patio, el eco de los guerreros es un invisible remolino tejido a la lectura de los astros. Junto a las ventanas parapetaron acechos y apuntalamientos, puedo adivinarlos contándose los presagios bajo los zapotes, mientras una brisa de rocío cerraba las puertas metiendo en pena las salicarias.

Nada queda de agresivo señorío de los generales. Como podían, los dientes armaban un carnaval babilónico justo antes y poco después de las batallas; cuando de golpe sobrevenía el silencio se entreabrían las sangres, un resquicio por donde respiraban las sombras.
La charla penetraba entonces la semejanza sin sudor ni sigilos.

En los muros el fuego grabó filigranas en su lengua ilegible, pero el desastre sólo fue torpemente desorientado en un juego de escondrijos : lo dicta la espalda de cada objeto, la tierra cristalizada. Allí y aquí pasaron edades y dinastías y reyes que no guardó la memoria.
A fin de cuentas nada pudo ser rechazado hasta los confines, entonces el rapto, la destrucción, las estipes despedazadas.

5. Vacilante, el puerto se agolpa contra el mar protegido por la amenaza volcánica del castillofuerte de San Felipe de Barajas, yaciendo en su letargo, son dos príncipes de plata de un juego abandonado. Animalejos lentos recorren las baldosas como maldición antigua, tras los fastos.

La marea ha dejado de acompasar lo excesivo: por aquí pasó el oro de la más feroz alquimia, y gemas huidizas como ojos abiertos a invisibles resonancias.
Cartagena se extingue en su vacío, ninguna curiosidad imanta las naves hacia lo decimado. Los navegantes de manos seguidamente sumergidas en la otredad amputable, no dejaron sino pesadillas, el aire, la vocal y la sonrisa indigestos.

Deletreo, adivinanza, penumbra y fatigas.
Quien pregunta no espera respuesta, y yo intuyo que ésto no es sino el disfraz quejumbroso de algo, a un tiempo evanescido y presente.
El laberinto probatorio de las ruinas es inacabable: si enciendo una tea en los subterráneos anegados toco lo oscuro, el avance escora; si retrocedo, inclinadamente afondo las promesas del libro.

6 Un perro orina sobre las bombas amontonadas de los cañones. Mientras, los niños juegan y escuchan historias de duendes por donde desliza su incesante remuneración lo ignorado.
Cada infancia es una casa y la memoria de un viejo hombre, ciego como Tiresias, leyéndonos en el aire la historia del mundo.

Frente a la puerta de los guayabales, mi abuelo fumaba intocablemente adormecido en la mecedora al compás del violín de Ezra...

A la memoria de Israel Santamaría

                                                                                                                      [Mario Carmelo]

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