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[Juan Manuel Silva (Santiago de Chile 1982-)]

 

VIII

(Toda presencia)

Tigre-Humo

Gato-Brumo

 

 

VIII

Y ahora, hijo del hombre, ¿qué haces aquí? Levántate, huye al desierto,
llévate allí la copa de las tribulaciones,
desgarra allí tu alma en muchos pedazos,
y entrega tu corazón como presa de una ira impotente;
vierte tus abundantes lágrimas sobre los rizos de las peñas,
y suelta tu amargo clamor para que se pierda entre la tempestad.

                                                                                       Hayyim Nahmán Bialik

Toda presencia en movimiento tiende a la caída. No lo señalan los orígenes, ni las artes materiales, sino los fármacos que se confunden con la grama. Así la madera rota no ha de llorar, ni hospedar a Dios siquiera. Pues recuperará la vista en la savia no dispersa. Hay un movimiento que corresponde a los pueblos, que fue escritura de todo aquello pendiente. Y la deuda, y el falso oscilar, es la pregunta de aquella vida a la que nuestro lenguaje avanza. Y el caminar del pasado fue procreación, formar en la cruz, no en la certeza del amado. Así como los signos son detenidos, las diez casas aguardan el uno, no el once, sino el regreso al atrás de la bestia. La inversión de la cifra es un camino nebuloso. Y las altas montañas son su nimbado deseclipse. El lugar donde la carne se hizo lengua, y el poema final se guardó en la memoria del libertador. Y la poesía, cadena. El desierto tiene muchos rostros, y su nombre no alude. Pues aunque sea la senda de las multitudes, sólo algunos sobreviven al sobrevivir. Pues aunque crezca la grama, el tallo y el árbol, sólo algunos tienen el rostro quemado. Y aunque se abra sin límites hacia las salidas, sólo uno conoce la entrada. Y no hay justos para el acontecer de la primavera. Y ya su condición es necrófaga. Y no es más que retardo. Pues sólo el niño junto al perro pueden ver al felino en la jungla, y cada rostro sujeto con llanto a la floración. Las rayas del tigre son el alfabeto del velo. Pues tanto adentro como afuera el soplar de lo alto regará de ceniza la sucia siembra. Pues no hay abogados ni acompañantes al final de la cosecha. Pues la tierra y su bifronte constelación ha ahuyentado a lombrices y cuclillos. Sólo un ruiseñor. Ni comunicación ni mostaza, más que el vestido de la abundancia. Y todo movimiento es ya caída, pues la profundidad es el espejo. Todo lenguaje sin sentido es destierro. Exterminio.
 

Ô

Tigre-Humo


Y las alturas cayeron con el soplo a la caldera. Las madres en el diáfano valle nombraron ídolo al metal. Así la piedra se hizo tiempo y los niños, almendra. Pues la imagen, el ídolo grabado, son las lágrimas de humo, la cabellera escrita en llaga sobre el sacrificio de limpiar la ceguera. El tigre esconde al desierto en el bosque. Y cada árbol es un hijo sin padres. Pues no hubo alma, sino sangre en las puertas, madera, para curar la herida de un pueblo infante, anterior al lenguaje. Así la morada es la cicatriz. Así el agua y la piedra callaron como el niño en el horno. Así los treinta y seis tigres secretos. Y el tigre fue el ángel silente, y fue el bosque su lagar. Ahí el hijo es tigre, esperando con fuego la sequedad del florido espejismo. Pues el tigre es rigor. Y en él, nuestros padres limpios de lejía aprendieron el horror, la esclavitud de la ceniza. Y es ceniza el velo del hijo. Y es tigre el rostro del Mesías. Y es Mesías quien nos volverá a la hoguera.


Ô

 

Gato- Brumo

Dedicado a Elmo,

quien sólo habiendo vivido cuatro estaciones,
salvó la vida y el alma de mi familia.

¡También se muere el mar!
Federico García Lorca.

Y fue sólo un pequeño gato, un psicopompo vestido de ceniza, el que estremeció la mudez del cielo, en la celebración de la madre. Y fue sólo un pequeño cuerpo, el que nos mostró la inexistencia del tiempo. Y fue él, Asclepio, quien saltó el lamento de los patriarcas, para cubrir con sus pisadas, la yerma extensión del exilio. Y sus uñitas florecieron como agua latente en el canto. Y las almohaditas de sus pies fueron el pan que no podría durar más de una jornada. Y las familias supimos que en su boca, estaba la invitación al santo lugar. No olvidéis sus ojos. No los olvidéis. Pues el imperio no ha tenido fin. Y el pequeño gato es la imagen arruinada de su linaje. Y sólo él pudo ser el vórtice de las sibilas. Pues el gato nublado es la enunciación de la madre. Recordad al león y al tigre, pues el gato no es ni será simio, su forma es única, ya su profundidad es superficie.

Los grandes peligros se han roto como las cuerdas de la palabra. Los grandes felinos han ahogado su belleza en la arcana fuente con voz de pozo. Y la gran enfermedad de la luz artificial ha hecho del desierto una ribera infinita, de entidades que se resisten a la siega.

Recordad al pequeño ser que moraba en el jardín. Recordad su aliento a pez. Recordad al pez. ¡Recordáis acaso el dios de vuestros padres! Ha nacido para morir el pequeño gato bajo el signo de la piedra. Ha nacido de los profetas y los justos escondidos. Ha sido el agua, la ceniza, el fuego y la nube, pero ahora es canto y debe esperar al santo errabundo. Debe volver al desierto. Pues sus ojos son la medicina para los sucios fanales. Pues la muerte engendra muerte. ¡Oh hermano noctívago! ¿Con qué melodía reparaste el cántaro en el vientre de mi madre, para que todos los hijos resuciten en ella? ¿Cómo has devuelto la noche , la arena y el momento del exterminio?

Contigo desaparecen los espíritus protectores, el antiguo ejército de 600000 antepasados, los cánticos y holocaustos. La última muralla se ha ido para ceder al llanto. Para ceder al luto y a la infancia de animales, plantas y astros.

Ahora la educación de la sal.
Ahora la educación del silencio.
Así, la cruel batalla con sedientos demonios.
Así, la lluvia.
 

 [El Libro de los Libros del Exterminio]
 

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