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[Lorenzo García Vega, (Jagüey Grande, Cuba, 1926-)]

 

 

Ruinas, comisario, y un tigre

Cursor descontrolado

Una canción verdaderamente tecnificada

Este tigre, un tigre sin final

No sé si fue en lo inmediato del despertar

Cuando el doctor Hugo García

 

Ruinas, comisario, y un tigre

Esta inaudita aparición en La Habana, la ciudad en ruinas, nos ilumina a todos.
Sentado en el banco de un parque, donde también está sentada la estatua de John  Lennon, el comisario bueno, el comisario amigo y sin rencor, Roberto Fernández Retamar, tiene puesta la gorra de Trotsky, y en la mano ostenta el bastón del pastor de ovejas.
¡Qué lindo es todo!
La paz, y sobre todo el tierno Comisario.
Pero lo que más maravilla, a los pies del Comisario con gorra y con bastón  ( y esto en una luz de ruinas, iluminando el mediodía en ruinas, de la ciudad en ruinas), es la presencia  del tigre.
Un inaudito, inanarrable, tigre posmodernista que, para nada, tiene que ver con ningún tigre soñado por William Blake,  pero que, eso sí, tiene  la misma sonrisa que pudo tener aquel  dentista que, dicen, inventó la guillotina.
 

 

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Cursor descontrolado

El como endiablado cursor moviéndose, rewind. Un parpadeo hacia atrás, febril, como una película. Si hubiera seguido con el mismo ritmo que tenía, habría logrado aquellas escenas silentes de mi infancia en que Tom Mix corría en su caballo.

Pues llueve de una manera brutal y, por supuesto, el parabrisas está haciendo todo lo que puede hacer.

Me imagino que soy yo el que está en el volante: el cursar, el rewind junto al parabrisas devorando mi pasado, hasta recorrer todas las millas.

Pero nada más que en un instante coloca, ¡es lamentable!, entre tanta lluvia como está cayendo, su garra el Tigre de lo Invisible. ¡Es lamentable!

Ya que sólo esto le ha bastado al Tigre -tocar con ferocidad instantánea-, para que el cursor se convierta, junto al parabrisas inútilmente disparado, en lo que, trebejo como tareco, sólo sirve para mostrarse con ese zumbido, móvil-inmóvil, de lo que nunca volverá a dar pie con bola...

 

 

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Una canción verdaderamente tecnificada

Es, no lo duden, una canción con un  gabinete ultra
tecnificado. ¡Ultra tecnificado!
Me están sometiendo a pruebas últimas.
Duele.

Una canción con un  gabinete muy estilizado, también
digo. En el medio, el instrumento, vertical, que sé
que tiene que ver conmigo.

Yo estoy casi parado, debo decirlo. Predomina la
verticalidad.

Pero temo que me pueda doler mucho.
Pero temo que no pueda resistir.

(Y me parece que estoy con dos médicos.
Uno de esos médicos es una mujer.
Una mujer también tecnificada, pero muy eficiente).

DUELAS
MUESCAS

Sin saber si podré resistir. Todo se alarga. Se
estiliza todo. Y, sobre todo, inmóvil todo,  se mueve.

Increíblemente, vuelve ese pensamiento con: la
vehemencia inaceptable del país de los tigres. ¿El
país de los tigres? Pero, ¿qué tienen que ver los
tigres con la tecnificación?
.
Yo estoy usando un bastón que me sirve bastante. Y yo
sigo, con el árbol frente a mi ventana,  llevando una
vida extremadamente absurda.
A menudo, me sobreviene un terror pánico. Después de
un día lluvioso, el sol ahora, a las seis de la tarde,
está asomando. Asomando para desaparecer.
 Mañana será otro día.
 

 

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Este tigre, un tigre sin final

Con una barba hecha con mosquitos. Pero ¿puede haber una barba hecha con mosquitos? Pensándolo bien sí, sí puede ser. El suave tigre, el suave tigre de amarilla lana. Pero ¿dónde estará la cara con que se pueda soñar ese tigre?

Agudamente, se desprendía de sus labios. ¿Agudamente?, ¿qué quiere decir eso? Era como el recuerdo de una guayaba que, una vez, cayó en un corral. Pero, sobre esa noche, nadie podría decir nada. ¿Puede un charco de enredos, tener algún color?

Mancha roja, para empezar. Pero, eso sí, con la conciencia de que nada se puede seguir haciendo. Yo seguí escuchando el ruido del avión que pasa a las 10 de la noche (pedal, un amarillo). Me acordé de la cocina que quedó vacía, en la casa de la infancia. Pero, ahora, no quiero persistir en un ruido. No, no quiero persistir. Es que ese pipisigallo, con la misma cara que tenía la pareja de los guardias rurales del tiempo de mi infancia. Ellos iban en el vagón de un tren. Igualito que las patas de un ángel. Después de esas patas, o junto a esas patas, estaba el ruido de un mosquito. Es que se cree que todo podría culminar en aquel devocionario nacarado, que fue utilizado el día de la Primera Comunión.

O sea, tratando de decirlo de otra manera; las píldoras que cuelgan de un anzuelo, mientras el mosquito se baña en la fuente. ¿ O será que, en este segundo, un color rosado tendrá sólo que ver con esa visión del suave tigre de amarilla lana?. Pero, ¿ donde es que, ahora, está apareciendo la mitad de mi cara?

 

Û

 

No sé si fue en lo inmediato del despertar o si formó parte del sueño. El tigre, un paradójico tigre pacífico, apareció, paseándose, por la sala de conferencia. Allí estaba mi amigo muerto ya, Mario Parajón, quien por tener la cara cubierta con un manchón negro, no sé si me saludó o no. Vale.

 

 

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Cuando el doctor Hugo García quiso probar hasta que punto yo estaba tupido, me introdujo por la ingle una camarita con foto que me llegó hasta el corazón. Entonces vi los colores brillantes, luminosos, que se desprendían de mi cuerpo. "‘Las rojas azaleas que producen la locura en el cerebro’, las que vio Casal. ¿Conoció usted, doctor Hugo, este verso de Casal?, le dije al doctor Hugo, pero el doctor Hugo no sabía quién era Casal".

Recuerdo esto porque hoy, en la siesta, vi al tigre blanco que se ubica en el pulmón. El tigre estaba acurrucado (?). No sabría decir por qué, el tigre estaba acurrucado, pero le cogí miedo al asunto. Por suerte, me desperté.

 

 

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