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[Mirta Rosenberg]

 

 

Atropelladamente, con el mismo fuego

 

Las palabras

 

Atropelladamente, con el mismo fuego
enciende un puro y hace arder
la confusión. Desafía
a la engolada compañía pero es
la víctima y pide perdón, pues
en verdad no deseaba ser desagradable.
Líneas de fuerza, a su alrededor,
se cruzan en pos de lo imposible pero
pasan, y a un gesto de sus manos todo
se derrumba. ¿Apretó donde había aire?
¿Peor? ¿Acarició a nadie?
Fue rechazada, no basta. Parece
achicarse porque debe reducirse
a la derrota, o admitir que ya estaba perdida
de antemano, o explorar los resquicios
de la propia trampa y pasar por ahí,
inconquistable y sin haber conquistado
a quien podría haberla hecho más alta.
El deseo regula la estatura y es un decir
que una ama en proporción a su tamaño:
a tanto daño, o atadura, igual querella.
Ni siquiera queda olvido, y ya ha perdido
la idea que dice que a su lado
está aquél a quien amar más que a ella misma.
Quién es ella, no contesta, no se explica.
De este modo, cualquier cosa
se complica, y por mentira que parezca,
no es lo hecho lo que está equivocado,
sino aquello en lo que uno se convierte tras
hacerlo, y sigue sola. Mientras tanto,
estoy equivocada porque pido
pensar en una cosa, y no me atengo
a lo que pasa. ¿Qué pasa?
"Piénsalo todo" (Mme. von Bartmann en voz alta),
"bueno, malo, indiferente, todo, y todo hazlo, hazlo".
Si una se atiene a lo ya hecho, conviene admirar
la vida de los santos, contemplarla. O esperar
entre uno y otro pensamiento, a que se vayan:
comprender para no caer, para caer, para nada
que se mida en esta vara. No soy la acacia,
soy la que habla desde la rama: -No quiero
ser otra-dice. Sólo quería estar cerca, añado,
mirando al tigre roer sus garras. (If you
do not tell the truth about yourself,
me han recordado, you cannot tell it
about other people). Por eso, volvamos
al relato: sombrero negro, ladeado,
y en los ojos, desgastado, el uso
del instante. Ha pasado el rato
y ha pasado, de virgen que fue,
en desacato, a madre sin que sobre,
a los cuarenta, velada la mirada, el ardor
de la insolencia: las piernas cruzadas
y la trémula herencia de una llama.
Pasión, piedad, paciencia, reclama un literato
que sabía que la pasión no es jamás proporcionada
y así mismo, resulta necesaria. Quería cerca,
añade, añado, porque esa energía era mi falta.
Salta del lugar y su copa se derrama:
¿desea quien sabe que desea, con el cuerpo,
aquello que no habla? Está de pie, abriendo
una ventana:-¿Qué habrá que dar a cambio?
¿Visión, verdad, prudencia?-No sabe dónde
está parada y sólo puede seguir a su nariz,
donde la lleve. No ha perdido el sentido
que la pierde. Camina en vela, desvelada,
se revela acorazada pero frágil: cambiar de persona
no es tan fácil y naufraga en la cresta de la ola.
El lugar para llegar, en ella, sola, sería
el sitio mismo donde estaba. Si vive separada
de la vida por la espera, persigue otra salida
("Vuelve a cuando quieras". Mme. von Bartmann
lo decía, "pero hecha una buena mujer"), otra celada.

 

 

Σ

 

Las palabras

tendrían que ser heridas

de cualquiera,

la distancia

entre el ciervo,

el tigre,

el agua.

 

 

El árbol de palabras,  Bajo la Luna.

 

 

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