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| TRABAJO DE DUELO  ¿Por qué no ir
  hacia las cosas que amo? He caminado
  lento en el jardín de ella: —he
  volteado a mirar la flor negra dilatando su
  ojo animal. Rindo mis penas así como un
  toro da los cuernos: —asombrado, y deseando que
  haya descanso en las partes
  más suaves del cuerpo. Como el ángel
  de Jacob, toqué el granate de su cadera, y ella sabía mi
  nombre y yo el de
  ella: —Era Auxocromo, era Cromóforo, era Eliza. Cuando los ojos
  y los labios se satinan con miel, lo que es visto
  y lo que es dicho nunca será lo mismo, así que ¿por
  qué no tomas la manzana en la boca: —en llamas, en
  pedazos, recién salida del filo
  delgado del cuchillo? Aquiles
  persiguió a Héctor tres veces alrededor de las
  paredes de Ilión: —durante cuánto tiempo he de dar vueltas en torno a la
  puerta alta entre su cadera
  y su rodilla para resolver
  la geometría dorada y roja de su muslo? Otra vez los
  dioses meten sus grandes manos dentro de mí, me mueven,
  rompen mi corazón como una jarra
  de arcilla para vino, sueltan una bestia de alguna
  profundidad largoscura. Mi melancolía
  tiene pezuñas. Yo, la terrible
  hermosa Lampón, un
  brillante caballo devorador atado al pesebre
  bronce de su clavícula. Hago mi trabajo
  de duelo con su cuerpo: —laboro para
  que los tigres esmeralda en su garganta
  salten, los llevo,
  verdes e incendiados, a beber del violeta
  oscuro que chorrea de su pecho. Vamos a donde
  hay amor, al río, a
  nuestras rodillas bajo el agua dulce. La sumerjo
  cuatro veces, hasta quedar
  vueltas río. Vueltas cambio. Lavo de mis
  manos de ella, su seda y cieno: —ahora a quien
  me acerco, me acerco limpia, me acerco buena. [Natalie Diaz, Poema de amor poscolonial, Vaso roto, 2022.] 
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